Hoy parece que todo nos invita a ir deprisa,
tan de prisa y rápidos que si no sabemos pararnos a pensar, a reflexionar y
hacer el debido silencio; empezamos a perder nuestra propia personalidad.
Un
día leyendo me encontré con este pensamiento: “Cuanto más despacio vayas, más
rápido crecerás” Así es. Necesitamos no sólo ir despacio, sino pararnos. Ir en
todo momento aprendiendo, no sólo ver, sino mirar o mejor aún; fijarnos.
Porque
no es el hacer por el hacer, sino cómo lo hacemos y cómo lo experimentamos y
vivenciamos. Para que nuestro mensaje llegue, tenemos que ser nosotros los
primeros en creerlo y entonces lograremos comunicarnos con los demás.
Es
verdad que tenemos que relativizar tantas cosas. ¡Cuántas veces nos complicamos
la vida! Hay que relativizar lo que con anterioridad hemos absolutizado. A
veces las decisiones apresuradas no sólo empobrecen el entorno, sino que
despersonalizan.
El
relativizar es positivo pero sin prisas, despacito, sin caer en la rutina y
menos aún en la indiferencia. Quizás tengamos que saber dejar los medios tan
rápidos y alguna vez hacer el recorrido a pie. A parte que es muy saludable nos
ayuda a encontrarnos con los demás. Esto quiere decir que estoy a favor de las
calles peatonales.
El
caminar, amigo caminante, nos ayuda a encontrarnos, a descubrir la necesidad
del mutuo apoyo, la solidaridad… Descubramos: las necesidades del otro, el que
se ha quedado sin trabajo, el enfermo… en el fondo, todos necesitamos el apoyo
del otro.
No
vayamos tan deprisa. Despacito.
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