Es cierto que debemos ser personas dinámicas,
dispuestas a emprender nuevos proyectos. Pero, siempre aparece algún pero, ¿No
te parece, amigo caminante, que corremos el riesgo de quedarnos en un activismo
cayendo luego en un vacío interior? Y tal vez finamente lo disimulamos.
Y
más grave aún si me lo permites, ya no miramos el gasto, por ejemplo con
relación al provecho o utilidad de lo que adquirimos, sino que compramos el
último modelo y reforzamos nuestro yo: “Soy una persona moderada, guay…” Luego
empiezan a aflorar ciertos miedos… ¿Cuáles? Por ejemplo: No saber estar solos
ante sí mismo.
Quizás
nos tenemos que matricular en la escuela del paro. Es decir, que tenemos que
aprender a escuchar, no sólo a oír. A veces no dejamos que el otro termine la
frase y ya le soltamos nuestra cómoda respuesta. Aprender a fijarnos no sólo ver o mirar e
incluso ver más con los ojos del corazón.
Saber “perder el tiempo”
y no dejar morir una esperanza, una ilusión, una amistad, un proyecto…
Vamos
a vivir intensamente nuestro tiempo presente. Nuestro instante. Ahora. El
activismo corta los lazos de comunicación y de diálogo razonable. En
definitiva: deteriora el encuentro y la comunicación interpersonal.
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