Cuando
se confunde el camino que previamente se ha elegido, es porque se ha perdido
también la sencillez y la simplicidad. Y es entonces cuando empieza a actuar el
egoísmo, la ambición, el dominio, el poder.
Se
busca la independencia, aumenta el orgullo, afloran los conflictos y se
debilitan los pilares de la convivencia. Nacen las parcelas en la relación y el
lenguaje es distinto, casi nadie se entiende, ha muerto la sencillez, la
simplicidad y el compartir.
Cuando
el trabajo es competición, la sencillez y simplicidad se van destruyendo. El
mundo del tener crea barreras, borra caminos de encuentro; de comunicación y
empieza a destruir la convivencia. El lenguaje se vuelve mercantil y temporal.
Se está perdiendo la riqueza interior y tal vez se ha caído en la indiferencia,
en el error, en la increencia y en la esclavitud.
Necesitamos
volver al mundo de la sencillez, al mundo de la simplicidad. Es necesario
seguir creyendo en las personas porque desde aquí se comparte todo mejor.
La
sencillez deja confundidos a los que se creen grandes y seguros de sí. La
simplicidad nos cuestiona y mueve nuestros puntos fijos para llegar a una
empatía. La sencillez nos hace ser personas altruistas. Parece una
contradicción pero una persona sencilla, no carece de nada, lo tiene todo.
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