La
serenidad nos debe acompañar siempre. Es esa calma interior que luego debemos
reflejar en la actividad y en los encuentros con las personas. La persona
serena ve los acontecimientos y trata de dar respuestas positivas. La verdadera
serenidad es objetiva. No cae en un activismo. No mete ruidos y es silenciosa.
La persona serena piensa y actúa.
Pero ¿Cómo conseguir la serenidad en un mundo de ruidos, estresado…
como es el nuestro? La persona serena refleja, trasmite armonía, motiva, sabe
estar.
Vivimos
en una sociedad donde los valores de verdad escasean. A veces reforzamos esta
falta de valores desde nuestro lenguaje. Frases como: “Mejor dejar pasar, todo
da igual, total… qué más da”. Y esto no es positivo. Nos centramos en nuestras
preocupaciones e ignoramos a quienes nos rodean, lejos pues de conocer o ayudar
a resolver sus problemas.
Estamos un tanto lejos para poner en
práctica la empatía. Sin empatía somos personas que viven aisladas, “libres” de
preocupaciones; vamos, que no nos complicamos la vida.
Todos debemos ser educadores en
valores porque éstos nos van indicando los caminos a seguir. Quizás nos
tendríamos que sentir motivados en el compartir experiencias porque la
motivación y la serenidad se refuerzan en el grupo.
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