Se han pasado bastantes años cuando escuché a un profesor
esta frase: “Nunca cometáis el error de confundir a las personas con los
números”. Y es verdad. Los números son
para el hombre (la persona) y no éste/a para los números. Claro que, desde
nuestra mentalidad mercantil, (numérica) olvidamos que detrás de las cifras
están las personas y cada una con su propio nombre y apellidos; cada una con su
propia historia.
Quizás sea este
el motivo por el que hoy en día estamos perdiendo la capacidad de valoración y
admiración. Nos quedamos en lo superficial y ya, poco o casi nada, nos convence
quedándonos en lo cuantitativo, olvidando lo esencial.
Esto nos pasa cuando vemos el
telediario que se ha producido una catástrofe. Se resalta el número de heridos
o muertos sin otros detalles de las personas. Nos quedamos en la cantidad o
masa. Todo esto va minando la cercanía, el conocimiento de las personas… el
porqué de los sucesos y predominan los números. Somos simples consumidores.
Hasta el mismo lenguaje se ha mercantilizado.
Demos un salto y pasemos al plano superior donde se descubre que la vida es muy
superior a los números, donde la solidaridad se manifiesta, donde se vivencian
las situaciones y donde la comunicación es más profunda y enriquecedora.
Necesitamos
un corazón sencillo y pobre. Son los ricos los que pasan las horas (quizás)
haciendo sus cálculos… Las personas sencillas, los pobres son esas personas que
en la plaza dan lo poco que tienen a las palomas…
En la sana
convivencia, sobran las palabras, los rodeos y los números. Todo cambia cuando
se dialoga, se perdona y se ama.
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