El
amor rechaza toda clase de rutina y aburrimiento. El verdadero amor nunca
cansa, todo lo hace nuevo, distinto. Un día cualquiera, nos levantamos y
sin saber por qué nuestra jornada es diferente. Todo es alegre y bello. Nos
dirigimos al trabajo, vamos realizando las tareas de cada día… Saludamos a la
gente a la vez que vamos entrando en la dura realidad de la jornada: noticias,
prisas, preocupaciones, tensiones…
Y
todo esto va calando en nuestra vida. Los ánimos, las sonrisas, los saludos,
tal vez, van desapareciendo. Aumenta el egoísmo, surgen los negocios, a
veces no tan limpios. ¿Qué hacer? Habrá que armarse de una fuerte
voluntad para no perder la alegría y el buen humor. Hay que buscar motivos para
vivir y personas con las que compartir.
La
tarde empezaba a caer. Los tenues rayos del sol se hacían largos y al mismo
tiempo se iban ocultando y, de vez en cuando entre las nubes, alguno se dejaba
ver aún con fuerza como si le costase decir “adiós”, hasta otro día, hasta
mañana.
También
a nosotros nos cuesta aceptar cuanto hemos visto y oído a lo largo de la jornada.
Nos cuesta reconocer que hay personas que siguen odiando y matando, que se
firma la paz y de nuevo suenan los estallidos de las bombas.
Luego
llega la noche, hay silencio y desde nuestra soledad repasamos lo acaecido
durante la jornada. ¿Solos? No. Estás tú, amigo caminante, nuestra amistad, tus
palabras, tu solidaridad y seguimos compartiendo ilusiones; descubriendo juntos
nuevos caminos y nuevos horizontes para mañana juntos volver a caminar.
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