Para iniciar el acercamiento que
nos lleve a un encuentro con los jóvenes, hay que hacer juntos un largo camino.
Creo que se debe de partir del conocimiento de su realidad. Se debe hacer una
reflexión inteligente e imparcial de la situación en la que viven, se mueven,
piensan y actúan.
Cuando
los adultos queremos o intentamos conectar con los jóvenes, la primera faceta
con la que nos encontramos es que estamos ante dos mundos diferentes: el suyo y
el nuestro. Y que no es fácil sintonizar.
Cuántos
de nuestros discursos se pierden en el amplio espectro porque nuestros jóvenes
están en otra longitud de onda. A veces transmitimos valores que poco o nada
les dicen. Ellos, los jóvenes, reciben
infinidad de ofertas y son otros lugares o espacios donde nacen y se
desarrollan sus intereses.
La
experiencia nos enseña que el contacto y el caminar con los jóvenes es una
tarea que exige una gran constancia y una auténtica sinceridad. Caminemos con ellos y busquemos ese punto
céntrico, un gozne interior donde debe girar la acción de toda persona. Y este
eje es el mundo interior. Creo que debemos recuperar la interioridad, clave de
la sintonía intergeneracional.
Hay
que instar a los jóvenes a descubrir y apreciar los valores esenciales que son
una realidad, pues percibir y estimar valores es intuir la realidad para
cambiarla.
No
olvidemos que por encima de todo está el amor, el respeto y la sinceridad. Toda
persona tiene su continuado proceso (biorritmos) y se debe respetar.
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