Hoy, amigo
caminante, vamos a dejar la autopista, la autovía, las carreteras, el camino y
por el sendero personal nos dirigimos a nuestro desierto. Es verdad que hoy en
día parece una contradicción que, desde la mentalidad global, social y desde
las nuevas tecnologías, las redes sociales, invitar a ir al desierto… como que
no pega.
Y es que nos
olvidamos de que nuestro desierto personal es cuando somos nosotros mismos. En
el desierto sólo estás tú y tus cosas. En el desierto siempre tienes un sitio:
el tuyo. En el desierto estás tú y el horizonte… Pero también hay silencio para
que te escuches y palpes tu realidad. Vamos, que es como una prueba.
En el desierto
¿sabes? Hay mucha vida. Sobre todo se encuentra lo nuevo y lo sorprendente de
tu vida. Tienes que escuchar, mejor, escucharte pero desde el corazón porque
escuchar es una forma de amar.
Amamos cuando
distribuimos alegría, comprensión, tolerancia, perdón… Cuando sembramos
palabras de ánimo, de esperanza, de gratitud. Cuando ofrecemos nuestro tiempo, nuestro
trabajo, nuestros proyectos, nuestra compañía… Es bonito dar pero más todavía
es: darse.
La ayuda
material es relativamente fácil pero la moral, la espiritual, es más difícil.
Se necesita en primer lugar, vivenciarlas.
Para ayudar a los
demás a caminar tenemos que saber el camino. Para ayudar a levantarse a quien
ha caído, tenemos que estar nosotros de pie.
Cuando
cruzamos el desierto de nuestra vida en el camino diario, salimos diferentes y
todo lo vemos diferente. Ya sólo cuenta lo esencial.
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