Querido amigo/a, hoy me he
levantado un poco cansado. Miré por la ventana y me animé un poquito pues el
día era bello. Hacía fresco y salí al jardín. Paseé lenta y silenciosamente.
Luego fui “dialogando” con las plantas y las flores. Algunas habían abierto sus
coloreados pétalos. Me iban “diciendo” muchas cosas con su presencia pero sobre
todo con su silencio y su perfume.
Luego
salí a la calle. Era un ir y venir de acelerada gente, me costaba mantener un
diálogo pues todos tenían prisa. Al final decidí retirarme y fui a un lugar que
no era mi casa. Allí encontré a otras personas que como yo, preferían el
silencio, el diálogo reposado, la convivencia… No me costó relacionarme con
ellas. Digo esto por la diferencia de edad pues yo soy un carrocilla y ellas bastante
más jovencitas, aunque había de todo un poco.
Pronto,
muy pronto éramos todos amigos y lo compartíamos todo. Era bonito. Me recordaba
a mi jardín… aquí también brillaba el sol de la esperanza, el deseo de hablar y
escuchar. Y con unas grandes ganas de vivir, de amar y compartir. Juntos
descubrimos lo bello de la naturaleza, de la música, del canto, de la amistad…
Amigo/a,
ya no estés triste. Tú no estás solo/a. Juntos construiremos un mundo mejor.
Juntos haremos realidad la utopía para que el mundo sea un jardín donde nazcan
y convivan toda clase de flores y de personas. Donde haya ilusiones, esperanza
y vida. Donde todos nos regalemos nuestra flor. La flor del respeto, la
escucha, la solidaridad, la ayuda y la sincera amistad. Y sobre todo, donde
mutuamente nos ayudemos a aprender a amar.
Volví
para casa, ya casi era de noche pero aún se veían las flores de mi jardín. Me
quedé unos instantes contemplándolas al tiempo que percibía su agradable olor.
Habían florecido alguna más: cinco, diez, once… También la tuya.
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