Necesitamos observar nuestro
entorno y descubrir que todo es vida. Una brizna insignificante de hierba, un
pajarillo que revoletea en el árbol, la hormiga que vaga por el suelo, el perro
callejero, el insecto, las plantas, las personas… todo es vida.
¡Qué
bello es despertar por la mañana sintiendo que todo es vida!
¿Por
qué hablar tanto de guerras, terrorismo, muerte y tan poco de vida?
Hablemos
de la vida que nace, de la vida que crece, de la vida que se da por amistad,
solidaridad y amor. Y de la vida que se recibe también cada día.
Es
verdad que cuando nos enfrentamos seriamente con la realidad de cada día, más
de una vez nos hemos dicho: “Tengo cierto miedo…”
Sí,
tenemos miedo de lo imprevisto, de la soledad, de la enfermedad y de la muerte.
Tenemos miedo del futuro. Hemos de conseguir un mundo más humano y más justo,
que por encima de todo prime siempre la dignidad de las personas, en
definitiva, la vida.
Todos
deseamos tener una vida feliz. La verdadera alegría no consiste en tener
grandes juergas, muchas movidas y el botellón; la droga u otras diversiones. La
alegría debe brotar de dentro. El don de la vida, la salud, la familia, el
trabajo… querer y sentirnos queridos.
Si
echamos una mirada al mundo que nos rodea, nos damos cuenta que vivimos bajo el
signo de la productividad. Y el tener por el tener, esclaviza. Por el contrario
cultivar el ser nos dignifica. La
persona vale por lo que es y no por lo que tiene. Y la vida es un don.
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