La
sinceridad es como un cauce que nos ayuda a compartir con los demás nuestro
encuentro y nuestra relación. La pobreza rompe estructuras y nos ayuda a vivir
más cercanos, a la vez que consolida la solidaridad y sinceridad interpersonales.
La auténtica pobreza va más allá de la
esfera externa, no admite disfraz
alguno. Si nos ponemos al nivel del necesitado, nos convertimos “pobres” como
el necesitado. Desde esta pobreza y desde esta solidaridad es desde donde se
vislumbra el profundo sentido de la solidaridad y la vida misma.
La sana
comunicación interpersonal se está devaluando en nuestra sociedad, creo, por
los obstáculos que la misma sociedad origina.
A veces, no falta cierta intolerancia, rivalidad y hostilidad. Pero la
verdadera sinceridad está en el corazón de las personas y en la vida misma. La
auténtica pobreza y sinceridad son las que construyen y armonizan todo. Y es
que es un reto hoy lo mismo que ayer. Siempre.
La sinceridad y la pobreza nos exigen
coherencia y mucha responsabilidad. A veces exigimos cambios y nosotros nos
quedamos bien cómodos en nuestras cosas. Amigo/a caminante, el individualismo y
la comodidad hacen difícil el conocimiento de nuestra verdadera sinceridad y
pobreza.
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