La
auténtica sonrisa es como el amor expresado en el servicio, no conoce la
muerte.
Han
pasado muchos años y casi nunca ha faltado a la cita. Se coloca en el chaflán
de las dos céntricas calles, paso obligado para mucha gente. Al pasar hacemos
una breve parada y lo saludamos, al mismo tiempo que compramos el cupón.
Para todos
tiene alguna palabra de ánimo y nos distingue rápidamente. Al efectuar el pago
en su abierta mano que, con serena paciencia espera, unas sonrientes gracias
salen de sus labios, perdón, algo más profundo: salen de su corazón.
Un interrogante me ha quedado viendo a mi amigo Juan vendiendo
cupones. Un día me sorprendió porque lo observé cómo, cuidadosamente, limpiaba
sus gafas. “Si es ciego, pensé, ¿para qué limpia las gafas”?. Luego, se las
puso, sonrió y su rostro trasmitía una gran satisfacción.
Ese día pasé y no le dije nada. No
quise profanar su “mirada” su sonrisa y su mensaje silencioso; porque a veces,
el silencio también habla. Mi amigo Juan lleva a cabo algo muy importante en toda
relación humana: la comunicación.
Nosotros, los que decimos ver, vamos de
prisa a todas partes. Cuántas veces nos pasa que no sabemos ni el nombre de la
calle por donde estamos transitando. Y tal vez hemos tropezamos con un ciego. El
mundo de Juan es un mundo lleno de
dignidad, sentido y admiración. Un mundo que nos ayuda a ver y valorar desde
otra perspectiva más profunda.
Juan nos da la gran lección desde su cátedra en la
calle porque la sonrisa y la amabilidad no mueren, son como el amor. Tendremos
que empezar a ver con los ojos del ciego ya que “lo esencial es invisible a los
ojos” Gracias, amigo.
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