Es
la década de los 60 la época de la crisis. Se toma conciencia de que la pobreza
no es una fatalidad del destino, sino producto, fundamentalmente, de la
injusticia.
En primer
lugar, hemos de abrir los ojos, pero, los ojos del corazón para captar y
conocer mejor el mundo de los pobres, sus condiciones… Dialogamos o mejor los
escuchamos.
Sólo quienes comparte su pobreza y su verdadera necesidad, pueden
llegar a conocer lo que viven y sufren en su corazón. Lejos de una simple
estadística. Queremos conocerlos un poco más, descubrir el rostro porque con
frecuencia caminan por las calles junto a nosotros y sufren verdadera
necesidad.
Quizás: marginación, soledad, inseguridad…etc.
Alimentando así un clima de insolidaridad, mutua desconfianza… dando lugar a
que cada cual busque silenciar su problema. Porque la realidad está ahí:
Ancianos enfermos, niños huérfanos, jóvenes desorientados… y todos los que
siguen sufriendo en el silencio.
Esto no quiere decir que ignoramos
cuántas actividades y esfuerzos se están haciendo en su favor. Efectivamente
tenemos: Las Residencias, las Pensiones, etc. Pero no olvidemos la otra cara:
la soledad, el sentido de la vida, la inutilidad y la pérdida en general de
toda ilusión.
Pero quizás lo que más les afecta sea:
la ausencia de los amigos, la incomprensión y, en definitiva, el afecto de los
suyos.
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