Hay
ciertos acontecimientos en nuestra vida, en nuestras relaciones
interpersonales, que no debemos dejarlos en el olvido. La experiencia siempre
nos descubre algo nuevo para seguir recorriendo el camino de nuestra vida. Y la
experiencia es todo aquello que yo, momento a momento, voy vivenciando.
De aquí que
vivir la experiencia de un encuentro es la aventura más importante. ¿Por qué?
Es en el encuentro, en el diálogo, en la comunicación donde mutuamente nos
valoramos y enriquecemos.
Lo que nos ofrece esta sociedad: el consumismo, la superficialidad y
lo pasajero…impiden que veamos el horizonte. Si bien tiene también sus valores
positivos. El instalarnos es quedarnos enganchados a lo inmediato.
Hay personas que sólo viven de su
experiencia, pero si ésta no es dinámica… al final todo se empobrece y, peor
aún, muere. La experiencia debe quedar reflejada con y en el amor al prójimo.
Lo importante es saber qué es lo que nos ofrece vida y lo que yo tengo que dar.
La persona para vivir necesita estar
enraizada en, no sólo en un contexto material, sino en una comunicación de
vivencias más profundas; en una dinámica espiritual. En una comunicación con lo
creado, desde y con el silencio.
Sin el silencio todo se vuelve rutina,
comodidad y superficialidad. Y es que el silencio no sólo favorece la
comunicación, es que la hace posible. El silencio nos lleva al encuentro con
nosotros mismos. El silencio nos ayuda a descubrir algo nuevo. Siempre nos
sorprende.
Pero ¿cómo llevar a cabo el encuentro y
no sólo la experiencia, sino la auto-experiencia en nuestra sociedad tan
informatizada, tan compleja y globalizada?
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