No
es fácil valorar las situaciones personales y las que cada día nos llegan. Todo
ello porque se encuentran sumergidas en tantas y tantas circunstancias. Creo
que podemos decir que tenemos una sociedad contradictoria en tantos aspectos,
en particular, en las relaciones interpersonales; como que estamos perdiendo el
contacto personal y predominan las nuevas tecnologías. No debemos perder de
vista una humanidad que nunca ignore la tarea de ser más humana.
La amistad es un bien y se suele decir
que es un tesoro. No se basa en algo externo, es algo más profundo. La amistad
es, sin duda, uno de los valores más importantes en la vida. Es un afecto que
el ser humano debe y sabe compartir desinteresadamente.
La amistad crea y favorece los lazos
que luego se comparten, pero también tiene sus exigencias y sus límites. Surgen
o no faltan las amistades celosas que, en el fondo, son excluyentes. Pero el
contar con verdaderos amigos/as es una de las grandes satisfacciones para las
personas.
Si existe una verdadera amistad, con el
paso del tiempo, favorece y enriquece a las personas. El abanico de la
existencia se extiende a muchos aspectos de la vida, pero el valor de la
amistad radica en las relaciones duraderas. La verdadera amistad no exige
exclusividad, es verdadera, franca y abierta.
Antes de llegar a una amistad se
necesita el encuentro, el diálogo y, a veces, el perdón. Encontrarse es todo.
La confianza y la fidelidad favorecen el verdadero encuentro, que se origina
cuando descubrimos en el otro un tú. M. Buber nos ayuda a ver esta relación
yo-tú.
Para que descubramos el valor de la amistad,
hay que partir de un conocimiento personal sincero y responsable. Vivimos en un
mundo de tecnologías que nos roban el tiempo y los valores, entre ellos: el de
la amistad. La amistad exige un contacto frecuente, un diálogo sincero, creando
un clima de confianza, de comunicación y escucha. La amistad va más allá de los
simples encuentros. Siempre se descubre algo nuevo y algo bueno.
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