Vivimos tan deprisa que
no tenemos ni tiempo para hacer una pausa y pensar cómo estamos viviendo.
Estamos ¡Súper ocupados!
Hoy apenas se
reflexiona, casi nada se interioriza, sólo se consume. Cuando la persona, por
las circunstancias que sean, llega a un activismo pierde su creatividad y se
convierte en una marioneta útil para la sociedad de consumo. El activismo
fomenta el individualismo, genera sospechas, acelera rivalidades y favorece
luchas.
Urge conocer la
realidad, hacer una reflexión crítica de la situación en que se vive, para
luego forjar una nueva cultura, un nuevo lenguaje y, por lo tanto, una nueva
convivencia. Así la vida se vive como un encuentro y un compromiso. Todo
compromiso implica una elección que se debe concretar en una acción. El
proyecto y el compromiso sirven para hacer salir a la persona de la
masificación para crear su personalidad.
Si echamos una mirada al
mundo en que nos movemos, comprobamos que vivimos bajo el signo de la
productividad, del consumo y del culto a la eficacia. El tener por tener
esclaviza, quizás buscando el bienestar caemos en el consumismo. Cultivar el
ser nos humaniza. Y es que la persona vale por lo que es no por lo que tiene.
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