Aún me recuerdo,
y creo que nunca lo olvidaré, cuando era yo un crío e iba a la escuela. En el
invierno solíamos llevar una lata con unas brasas cubiertas con la ceniza para
calentarnos. Así era la estufa de entonces.
Hacia las
11,30 h. salíamos a recreo y nos acercábamos a casa por un poco de pan. Al
llegar a casa solía decir a mi madre, que siempre estaba muy afanosa: “Tengo un
hambre…” y mi madre sonriendo me
respondía: “Bueno, si es una solo…” Pero yo no me desanimaba porque sabía que
al final algo para llevar a la boca, caía.
En seguida volvía camino de la
escuela con el trocito de pan que me costaba empezar a comer, pensaba yo que “así
me duraría más”. Solamente el olorcillo ya me daba ciertos ánimos.
Entonces no
sólo pensé, ni me pasó por la mente pero hoy, estoy convencido de que los
problemas, dificultades, crisis… en fin, toda dificultad hay que superar para
luego seguir adelante. Siempre caminando porque en el fondo todos los
acontecimientos de la vida son un aprendizaje.
¡Cuántas cosas
aprendí, a parte de las lecciones, en la escuela! De aquí que debemos tener
nuestra mirada puesta en el futuro. Hoy soy perfectamente consciente de que yo
confiaba totalmente y quería a mi madre. ¿Por qué digo esto? Porque el amor da
sentido a nuestra vida y nos ayuda a superar todos los problemas.
El amor es ese
misterio que nos arrastra, que nos dice tantas cosas desde el silencio.
Hoy ya tengo
recorrido bastante camino y he leído algunos libros. Y ya que viene al tema,
entre ellos el de Erich Fromm “El arte de amar”. Mi madre estoy seguro que no
lo leyó pero, qué arte tenía amando. Cuantas lecciones dio a sus hijos e hijas.
Cuando voy al
pueblo y recorro el camino hacia la escuela (porque el edificio sigue y se usa
para otras actividades culturales) me vienen a la mente aquellos momentos
vividos ya tan lejanos. Y me doy cuenta de que en la vida nada nos debe ser
indiferente, todo tiene su sentido. Lo importante es vivenciar el momento de
cada instante. Y es que el amor es dinámico, no caduca con el paso de los años.
Por eso hoy
sigo recordando aquellos años que iba a la escuela de mi pueblo y, sobre todo,
aquellos encuentros, diálogos y vivencias con mi querida madre y mis compañeros
y compañeras de la escuela.
Tio que poetico
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