Nos toca vivir en una época en la que los
derechos de las personas van quedando, desgraciadamente, en un segundo lugar. Y, por lo tanto,
repercute en la dignidad de la persona misma. Es decir, que queda (la dignidad)
un tanto en entredicho.
La
invitación que se nos hace a todos es saber pasar a la práctica en defensa de
la dignidad. La persona tiene una dignidad propia e irrenunciable, es decir,
que su dignidad goza de total independencia. Somos personas y sin distinción
alguna de: Raza, religión, condición social, edad, etc.
Somos personas hemos dicho, sí porque la
persona es el único ser capaz de comunicación inteligente, de salir de sí
mismo, que siente y ama. No es sencillo
definir a la persona, pues en el fondo es ¿Un misterio? Es también
subjetividad, trascendencia, alteridad…
Cuantas
luchas, guerras, manifestaciones, intereses de todo tipo encontramos en
nuestras sociedades. Y todo ello, a veces, olvidando y perjudicando la misma
dignidad de las personas.
Necesitamos
liberarnos de todo cuanto perjudica a la persona. Liberar es dar la oportunidad
y los medios para desarrollar una formación integral. Hoy pediríamos un puesto
digno de trabajo. Liberar es ayudar a ponerse en camino pero dejando que cada
uno recorra su propio camino.
Como nos dice Antonio Machado:
“Caminante, no hay caminos. Se hace camino al andar”.
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