Un buen día decidí dar un paseo. Salí de casa
y me dirigí hacia el monte. Ya en plena naturaleza me paré y con la suave brisa
y la suave fragancia que se respiraba, decidí sentarme y en pleno silencio,
pensé que “las plantas estaban más cerca del Creador que las mismas personas”.
¿Por qué?
Porque
todas ellas (las plantas) miraban hacia
el cielo y desde su silencio, parecía que se comunicaban, que emitían mensajes.
Permanecían inmóviles. Sólo una leve
brisa, de vez en cuando, las movía. Como que entre ellas se saludaban…
El
sol iba descendiendo despacio y la sombra de las plantas se hacía cada vez más
alargada. Las plantas más débiles se entremezclaban entre sí y todo era
comunicación. A medida que iba pasando el tiempo el silencio se hacía más
intenso.
Unas aves cruzaban el cielo retirándose a
descansar. Solamente a lo lejos, muy lejos, se oía algún ruido… y unas máquinas
rompían el silencio.
El
sol decía adiós y yo empecé a caminar de
vuelta a casa, sólo mis pasos rompía también el silencio. Esa tarde, amigo
caminante, aprendí ¡tantas cosas! Ahora entiendo por qué nos comunicamos tan
poco las personas: Nos falta hacer
silencio no sólo el del exterior, sino también el interior para aprender la
lección de la sabia naturaleza.
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