domingo, 18 de mayo de 2014

PERSONAL

Un buen día decidí dar un paseo. Salí de casa y me dirigí hacia el monte. Ya en plena naturaleza me paré y con la suave brisa y la suave fragancia que se respiraba, decidí sentarme y en pleno silencio, pensé que “las plantas estaban más cerca del Creador que las mismas personas”. ¿Por qué?
         Porque todas ellas (las plantas)  miraban hacia el cielo y desde su silencio, parecía que se comunicaban, que emitían mensajes. Permanecían  inmóviles. Sólo una leve brisa, de vez en cuando, las movía. Como que entre ellas se saludaban…
                El sol iba descendiendo despacio y la sombra de las plantas se hacía cada vez más alargada. Las plantas más débiles se entremezclaban entre sí y todo era comunicación. A medida que iba pasando el tiempo el silencio se hacía más intenso.
    Unas aves cruzaban el cielo retirándose a descansar. Solamente a lo lejos, muy lejos, se oía algún ruido… y unas máquinas rompían el silencio.

            El sol decía  adiós y yo empecé a caminar de vuelta a casa, sólo mis pasos rompía también el silencio. Esa tarde, amigo caminante, aprendí ¡tantas cosas! Ahora entiendo por qué nos comunicamos tan poco las personas:   Nos falta hacer silencio no sólo el del exterior, sino también el interior para aprender la lección de la sabia naturaleza.

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