La
existencia, nuestra misma existencia, se nos muestra siempre expuesta a sufrir
cualquier riesgo. Nada está predeterminado y aquí entra precisamente la
libertad de la persona. Libertad que conlleva responsabilidad en busca de una
mayor autenticidad.
La otra cara del riesgo está en la
fragilidad o tentación humana, de no correr riesgo alguno. Es decir,
instalarse. Quizás con el pasar de los años caemos en un cierto
conformismo. Pero no querer correr riesgo
alguno, buscar directa o indirectamente la comodidad; quienes así piensan y
actúan, están abocados a desaparecer.
Por el contrario, la persona que vive el dinamismo, que acepta el
riesgo es altruista y estará siempre en acción. No importa que alguna vez se
equivoque, quien no actúa ya está equivocado.
Aceptar
el riesgo ayuda a la persona a salir de su egoísmo. La persona que sabe
afrontar el riesgo, abre nuevos caminos, descubre nuevos horizontes para llevar
a cabo nuevos proyectos. Es una persona itinerante, dinámica, comunicativa. No
huye, quien huye tal vez sea porque tiene miedo de sí mismo. No quiere correr
ningún riesgo. No comparte.
Amigo, caminante, ¿No te parece que
caemos en la uniformidad? Ésta, la uniformidad, rompe, divide, excluye, reduce
al silencio. Algo empieza a morir. El riesgo, el verdadero riesgo, respeta las
diferencias. Busca el encuentro, la comunicación, dejando siempre espacio a la
alteridad.
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