Cuando
tenemos un acontecimiento que rompe la monotonía diaria, lo celebramos. Es una
fiesta. Por ejemplo: Un cumpleaños, la fiesta del barrio, del pueblo, un
acontecimiento deportivo… Son momentos en los que las personas se reúnen para
festejarlo.
La fiesta es un encuentro. Las
preocupaciones quedan un tanto en el olvido, el trabajo (ojalá) aparcado, la
convivencia adquiere un ritmo elevado y satisfactorio. Siempre se necesita del
descanso y la fiesta para oxigenarnos del ambiente diario.
Necesitamos
de esos suaves, alegres y frescos aires festivos para contrarrestar el cansino
ritmo de cada día.
La fiesta rompe la “esclavitud” de los horarios, dando rienda suelta a
la creatividad humana. Rompe también toda conducta estereotipada, dando paso a
la creatividad. Si falta la sana diversión en las familias, en el barrio, con
los amigos… etc. Algo empieza a morir.
La sana celebración (la verdadera fiesta) no conoce fronteras. La
actitud festiva se encuentra en toda cultura. Es verdad que se dan “falsas
fiestas” cuando todo se queda en un folklore externo y, a veces, con un cierto
olor de aire politizado e interesado.
Surgen así las divisiones y la fiesta… ya no es lo que tiene que ser, en
lugar de aglutinar a las personas, las dispersas. Se pierde el matiz propio del
lugar festivo.
La fiesta relaja, simplifica y solidariza a las personas. En
el fondo, es la celebración de la libertad.
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