El
valor del encuentro nos ayuda, o mejor, nos permite salir de una posible
soledad. Hablando del encuentro, creo que el primero debe ser con nosotros
mismos y todo ello para conocernos, valorarnos… y aceptarnos.
Así valoraremos y aceptamos nuestro
proyecto personal y también el conocimiento. Todo esto amplía el dicho proyecto
y colabora en el autoconocimiento. Buscar salidas cómodas no nos lleva a
ninguna parte e incluso sería perjudicial.
Hay que ser conscientes de que somos
actores, no espectadores. Hablar, reflexionar, llevar a cabo proyectos, es una
forma de encontrarnos y de mutua ayuda. El encuentro, lo mismo que el diálogo y
la solidaridad, nos ayuda a descubrir que todos somos iguales, de aquí nace precisamente
la solidaridad y ésta se pierde cuando hemos abandonado o perdido la amistad,
el respeto y la corresponsabilidad.
La palabra, nuestras conversaciones, nos
delatan quienes somos. Es el lenguaje y a través de él, damos a conocer
nuestros gustos y preferencias. Por los motivos o estructuras que nos
encontramos en el caminar de cada día, vamos perdiendo ciertos matices y el
valor del encuentro. Creando una relación de dependencia.
Nos quedamos en la adolescencia, lejos
pues de ser personas adultas y responsables. Aquí es donde se descubre a la
persona vacía, poco seria y responsable. A la persona que se ha quedado en el
puro cumplimiento de las estructuras o fórmulas.
Cuando
no se descubren las necesidades del otro es porque no ha habido un verdadero
encuentro y un diálogo constructivos. Los desencuentros rompen la comunicación.
Separan, desunen… aíslan. Lo constatamos desgraciadamente, a veces, en las
familias. Pero se pueden superan los conflictos.
Hay que buscar encuentros respetuosos,
diálogo, mutua colaboración, escucha, confianza… El encuentro se da cuando
sabemos dialogar, perdonar y admirar todo lo bueno y sencillo que encontramos
en el caminar de cada día.
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