En nuestros encuentros y relaciones con los demás,
para calificar a la persona solemos decir: Qué detalle has tenido. Y así con
esta frase, hemos quitado toda posible barrera de comunicación y van llegando
otros detalles. Todo esto si nos fijamos, se va leyendo en el rostro de las
personas. Si la frialdad supera el encuentro, hemos matado todo detalle.
La persona que tolera conscientemente, en el fondo, es
la que ama, la que tiene detalles. Su corazón late, tiene vida y sus detalles
son un saludo, una sonrisa, una palabra, un silencio, un respeto… en
definitiva, una identidad propia.
En nuestra convivencia jamás debemos humillar a una
persona es el grave error educativo. Se ha perdido la confianza. En la
convivencia debemos comenzar valorando lo humano y el respeto al otro. Lo mismo
se diga de la tolerancia muy necesaria para vivir en armonía a pesar de las
diferencias.
La vida es como aquella escuela (del pueblo) en la que
todos teníamos que aprender algo nuevo de los demás: Ser agradecidos. La
persona agradecida es siempre, una persona atenta y sencilla. Educada.
Ahora estamos metidos en tantas actividades que no
encontramos tiempo para pararnos y recordar tiempos pasados… Aprendamos a hacer
cosas, una a una, esos detalles… A veces oímos “Yo soy capaz de hacer tres
cosas a la vez…” Hay que pararse y saber escuchar.
Saber salir del ritmo que nos impone esta nuestra
sociedad, como que todo es urgente. Hay que aprender a vivir (vivenciar) lo que
se está haciendo; los detalles y éstos que sean positivos.
Apreciar cuanto tenemos a nuestro alrededor, también
en las pequeñas cosas, los encuentros y los pequeños detalles. Hoy se queda un
tanto en el olvido, mañana lo recordamos y le damos la importancia que se
merece: ¡Qué detalle!
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