Cuando,
por los motivos que fuere, nos tenemos que acercar a una sala de espera; si
observamos a las personas, vamos captando qué se está
cociendo
por dentro. Hay miradas, hay silencio… espera.
Siempre hay alguien que rompe el silencio, y… hablar
por hablar se hace presente y comienzan los diálogos y el silencio ha perdido
la batalla. Eso sí, el orden de llegada se respeta rigurosamente. Alguien
parece que se encontraba feliz con el ambiente y cedía su cita a otro que se le
notaba un tanto nervioso y con cierta prisa.
“La verdad que así no podemos seguir” dijo una persona
sin aclarar el problema o problemas que tenía, pero atrajo hacia sí todas las
miradas. Hubo silencio … hasta que otra persona dijo: “Pues si yo os contara mi
problema…” Silencio expectante. “Sí es una vergüenza” dijo una persona mayor.
Nadie comentó nada; pero por el gesto todos estaban de acuerdo. El movimiento
de sus cabezas, lo confirmaban.
Luego, estando solo reflexionando, me venían tantas
palabras vacías… hablar por hablar, me decía a mi mismo. Serenamente pensé: “El
daño que se puede hacer con las palabras y opiniones tan poco responsables, a
veces sin pensar lo que se dice”
En el fondo, todo son quejas. Al regresar a casa
observé cómo un hombre llevaba unos cartones bajo el brazo. Caminaba
lentamente… se paró y colocó los cartones en un sitio un tanto reservado y… se
recostó. Yo seguí el camino hacia mi casa (piso) y pensaba: “Esto es algo más
que palabras”.
La verdad que es un tanto triste que nos quedemos en
las palabras, en el hablar por el hablar, mientras otras personas con su
silencio y su gesto nos hacen ver otra realidad: la soledad, el abandono, la
falta de solidaridad…
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