La sinceridad, un reto de siempre. La
sinceridad exige apertura, comunicación, diálogo, en definitiva: Amor a la
verdad. La sinceridad exige también fidelidad y olvido de sí mismo para abrirse
a la realidad en que vivimos. Caemos fácilmente en la palabrería, dejando a un
lado: el servicio, el amor… la verdad.
El amor y el comunicarse están en
íntima relación con el ambiente. La sociedad de consumo, el automatismo… nos
están llevando a un aislamiento cada vez más profundo; por consiguiente, al
silencio y a la incomunicación.
Como personas necesitamos
comunicarnos, dialogar, intercambiar experiencias… compartir vivencias. Ser
nosotros mismos. Somos sinceros cuando hemos reconocido y aceptado estas
limitaciones humanas, es decir, cuando somos lo que somos.
La sinceridad exige que nuestros
actos estén en conformidad con lo que se debe ser, porque la capacidad de ser
sinceros radica en la cabida de amar y dejarse amar. La sinceridad es fidelidad
a la verdad, que se la debemos a todas las personas.
La sinceridad reivindica nuestros
errores, quitar nuestra/as máscaras y buscar siempre la verdad. Amar la
sinceridad exige no engañarnos a nosotros mismos ni a los demás. La sinceridad
exige sinceridad. La sinceridad exige fidelidad.
Creo que debemos tener presente que
son los sencillos, los pobres, los sinceros, los que de verdad aman…
quienes verdaderamente hacen la
historia. De los pobres ha de venir la liberación porque son capaces de darlo
todo, hasta la misma vida.
Desde esta pobreza, desde esta
sinceridad y entrega; desde aquí se vislumbra el valor de la sinceridad y el
compromiso. Por desgracia la comunicación sincera y responsable se está
desvirtuando en nuestra sociedad, llegando incluso a la intolerancia, a la
rivalidad… Pero la sinceridad merece estar no sólo en la mente y en los
proyectos de todos, sino en el corazón y en la misma vida. Eso sí, que nunca
falte la sinceridad que siga siendo un reto: hoy lo mismo que ayer, SIEMPRE.
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