Se suele decir que las prisas no son
buenas. Constatando cómo vivimos es fácil descubrir que vamos por la vida un
tanto acelerados.
Hoy se reflexiona poco. Los
acontecimientos, todo cuanto nos llega por los medios de comunicación, por la
calle en nuestras conversaciones, etc. etc. apenas nos paramos a reflexionar. Solamente
lo comunicamos y a otra cosa. Urge hacer una reflexión crítica y constructiva a
cuánto está sucediendo y percibimos.
Asistir a
conferencias, forjar nuevas culturas para ampliar nuestros conocimientos, etc.
Que luego repercuten en nuestras relaciones y en los comportamientos con las
personas. Si nuestra mirada es más amplia, más crítica a toda información, nos
daremos cuenta que estamos pillados por la rutina y la comodidad.
Poco nos
falta para caer en la monotonía. Estamos atrapados en las redes de la
productividad y de la eficacia. Debemos mirar más a la persona en su
integridad. Cultivar el ser.
Las personas
sencillas transpiran confianza. Las prisas no rompen su serenidad. La persona
aferrada a unos modos específicos de conducta y fijos pensamientos; no vive, no
disfruta los encuentros con los demás.
La vida
exige creatividad, encuentro, riesgo, vivencias… Hay que eliminar todo aquello
que obstaculiza nuestro crecimiento integral e ir avanzando en la convivencia y
en el camino de la vida.
En el
recorrido diario encontramos un poco de todo. Victorias y derrotas. Proyectos y
fracasos. Tropiezos y caídas… Hay que ser personas valientes que no está tanto
en superar toda clase de pruebas que nos llegan cada día, sino el que nos
conozcamos y nos aceptemos a nosotros mismos.
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